A los
que vamos a ser profesores, todos los que están en el aula nos dicen que el
peor momento a lo largo del curso en la etapa de un maestro son las
evaluaciones: decidir qué nota poner, decidir si un niño pasa o no pasa al
siguiente curso, decidir si suspenderle una asignatura o no, decidir si
aprobarlo con un cinco para que se esfuerce o con un seis para que se motive
cuando la media no es exacta, etc.
Se
habla mucho de la evaluación pero, ¿Es justa la evaluación que hacemos? Tomando
prestada una viñeta de Tonucci vemos claramente lo que hacemos en el aula. Al
igual que en este zoo, en nuestra aula, tenemos diferentes niños, todos con
distintas necesidades y características, todos diferentes. Sin embargo, a todos
les hacemos el mismo examen, sin tener en cuenta nada, la nota del examen
siempre prima sobre lo demás, actividades, actitudes e incluso un trabajo
constante son cuestionados si la nota del examen no es buena.
Entonces,
¿Estamos evaluando correctamente? ¿Lo estamos haciendo “justo”? Está claro que no.
A la imagen me remito. Les pedimos a los niños que lleguen a una meta prevista
sin contar sus características. Probablemente, el gato, especialista en trepar
a los árboles, subirá fácilmente. Sin embargo, al pez le resultará casi
imposible.
Entonces, ¿Cuál es la solución? Evidentemente,
la escuela tiene unos mínimos marcados por el currículum que deben adquirirse
al final de la etapa Primaria pero, ¿Quién dice que estos mínimos deben
conseguirse únicamente con exámenes? Probablemente, la solución se encuentre en
crear aprendizajes significativos, quitar el miedo al examen, reducir su
porcentaje en la evaluación y crear más actividades en las cuales los niños se
involucren. Así, probablemente, los conceptos se adquirirían más rápido y el
examen sería solo un ejercicio más en la dinámica del aula
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